No se curó, solo se hizo escritora (Anne Sexton, gran poeta norteamericana)

05.05.2012 01:44

Lo importante de Anne Sexton no es que se tomara dos vodkas y, con un tercero en la mano, se pusiera el abrigo de piel de su madre, se encerrara en el garaje, encendiera la radio y pusiera en marcha el motor del coche.

Lo importante no es que sus poemas hablen de la menstruación y la masturbación, del odio a los hijos y del amor por ellos, de la cárcel que puede llegar a ser una casa (vale decir, hogar).

Ni que escribiera: “Muy serena en los cócteles, / mientras que en mi cabeza / estoy experimentando una operación a corazón abierto”.

Lo importante no es que el psiquiatra le recomendara que escribiera poemas y terminara ganando el premio Pulitzer. Y siendo jurado del premio Pulitzer.

Ni su fascinación por Sylvia Plath.

Ni que la aparición en España de la Poesía completa de Plath (Bartleby Ediciones. Traducción de Xoan Abeleira) coincidiera con la publicación de su libro del Pulitzer, Vive o muere (Ediciones Vitruvio. Traducción de Julio Mas Alcaraz).

Ni que las dos tomaran martinis en el Ritz de Boston.

Ni que José Luis Gallero incluyera a ambas en su antológica Antología de poetas suicidas (Árdora).

Lo importante de Anne Sexton no es que avisara: "Mis admiradores creen que me he curado; pero no, sólo me he hecho poeta".

Lo importante es que escribiera poemas como Coraje, incluido en la poesía completa de Anne Sexton que la editorial Linteo publicará próximamente en traducción de José Luis Reina Palazón. Lo cuenta él mismo en el último número (¡el 101-102!) de la impagable revista Turia, que en sus 500 páginas incluye siete poemas de Sexton muy bien presentados por su traductor.

 

Dos poemas de Anne Sexton:

 

CORAJE

Es en las pequeñas cosas donde lo vemos

El primer paso del niño,

tan imponente como un terremoto.

La primera vez que vas en bicicleta,

tambaleándote por la acera.

La primera paliza cuando tu corazón

fue de viaje todo solo.

Cuando te llamaron llorón

o pobre o gordo o loco

y te hicieron un extraño,

cuando bebiste su veneno

y lo ocultaste.

 

Más tarde,

cuando miraste a la muerte de bombas y balas

no lo hiciste con una bandera

lo hiciste sólo con un sombrero, para

cubrir tu corazón.

Tú no has acariciado la debilidad en ti

a pesar de que estaba allí.

Tu coraje fue un pequeño carbón

que has seguido tragándote.

Si te ha salvado tu compañero

y murió haciéndolo

entonces su coraje no fue coraje,

fue amor; amor tan simple como jabón de afeitar.

Más tarde,

si tú has soportado una gran desesperación,

lo hiciste solo,

en tus venas corría el fuego,

quitándote la costra de tu corazón,

estrujándolo como un calcetín.

Después, hermano mío, has espolvoreado tu pena,

le has dado un masaje de espaldas,

la has tapado con una manta,

y cuando ha dormido un ratito

despertó a las alas de las rosas

y estaba transformada.

 

Después

cuando llegues a la vejez y a su conclusión natural

tu coraje se mostrará en pequeñeces,

cada primavera será una espada que tú afiles,

aquellos que tú ames vivirán en una fiebre de amor,

y tú regatearás con el calendario

y en el último momento

cuando la muerte abra la puerta trasera

te pondrás tus pantuflas de felpa

y te irás.

(Traducción de José Luis Reina Palazón)

 

DESEANDO MORIR

Ahora que lo preguntas, la mayor parte de los días no puedo recordar.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Luego la casi innombrable lascivia regresa.

Ni siquiera entonces tengo nada contra la vida.
Conozco bien las hojas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto al sol.

Pero LOS SUICIDAS TIENEN UN LENGUAJE ESPECIAL.
Al igual que carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

En dos ocasiones me he expresado con tanta sencillez,
he poseído al enemigo, comido al enemigo,
he aceptado su destreza, su magia.

De este modo, grave y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el agujero de mi boca.

No se me ocurrió exponer mi cuerpo a la aguja.
Hasta la córnea y la orina sobrante se perdieron.
Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.

NACIDOS SIN VIDA, NO SIEMPRE MUEREN,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce que hasta los niños mirarían con una sonrisa.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!
que, por sí misma, se convierte en pasión.
La MUERTE es un hueso triste, lleno de golpes, dirías,
y a pesar de todo ella me espera, año tras año,
para reparar delicadamente una vieja herida,
para liberar mi aliento de su dañina PRISIÓN.

Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
Dejando el pan que confundieron con un beso
Dejando la página del libro abierto descuidadamente
Algo sin decir, el teléfono descolgado
Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.

(Anne Sexton)